.

.

sábado, 24 de enero de 2015

Un país recomendado (Cartagena de Indias y Bogotá)

Tras mucho darle vueltas a cómo llegar a Colombia, sin duda la mejor opción es el ferry. Hemos tenido suerte porque este servicio lleva funcionando unos tres meses y no sabemos cuánto durará ya que sale todos los días, es un barco gigante y el nuestro iba bastante vacío. El pasaje es relativamente barato comparado con otros medios de transporte y es muy cómodo. Siendo dos, nos mereció la pena coger un camarote, que era impecable, para pasar las 18 h de travesía. Lo que fue bastante surrealista fue la tripulación: un grupo muuuy variopinto de italianos (la empresa es italiana) que parecían sacados de una comedia bizarra, que ofrecían un servicio lamentable pero nos echamos unas risas. Otra cosa, las comidas no están incluidas y sus precios son desorbitados.
Con todo, llegamos majestuosamente al puerto de Cartagena de Indias. La frontera en este punto, la más fácil y "civilizada" de todo el viaje. 

 












Poner el pie en la ciudad de Cartagena fue sentir que habíamos cambiado de mundo. Habiendo dejado atrás el desorden, el polvo, el caos, nos encontramos con una ciudad colonial con calles y casas muy cuidadas y limpias (estamos hablando del centro de la ciudad) y que pese a ello no parece un parque temático. Grandes balconadas y flores adornan las fachadas, blancas impolutas o de cálidos colores con grandes portones de madera, mientras que otras construcciones se levantan intrincadas entre las anteriores, en robusta piedra. Este casco histórico se encuentra cercado por una muralla que fortifica la ciudad, levantada cuando se fundó la misma y que, junto con el castillo de San Felipe, le convertía en un bastión casi inexpugnable. 








Nos dedicamos a pasear por sus calles disfrutando de la calidez del lugar y visitamos el castillo que, aunque no es muy bonito, confoma una magistral estructura defensiva, obra del ingenio militar español de la época, que te explican bien durante la visita. 




Desde ahí nos movimos a Bogotá, 23 horitas en bus que no fueron moco de pavo. Es un ciudad enorme, fría (de clima) y un poco gris. Aún así, nos ha gustado mucho el centro que recorrimos acompañados por su futuro residente, Quino, al cuál todavía le falta mejorar como guía turístico aquí, ya que se conoce bien poquito :P. El área alrededor de la Plaza del Chorro es encantadora y bohemia, con bares con música en directo, graffitis espectaculares en sus muros, arte y color, y la vida bullendo en las calles. Conocimos también la Zona Rosa de noche, cosmopolita, moderna, pija y sofisticada, una teletranspotación a una ciudad completamente diferente. Bogotá nos ha resultado al final un lugar muy interesante con múltiples facetas.









Colombia ha sido un ejemplo de cómo el viaje se va creando a sí mismo. En un principio no teníamos pensado visitarlo, y a lo largo de nuestro trayecto hemos conocido tantos viajeros que nos lo han recomendado, que nos han hablado maravillas, que nos decidimos a explorarlo por unos días. Y lo mejor, el eje cafetero, está por llegar.

domingo, 18 de enero de 2015

Caribe panameño (Panamá)

Panamá no nos ofrecía a simple vista grandes atractivos, pero habíamos escuchado hablar de varios lugares paradisíacos que no debían dejar de visitarse. De todos, elegimos dos destinos caribeños, Bocas del Toro y el archipiélago de San Blas. 
Viajamos a Bocas del Toro directos desde la frontera nicaragüense. Una vez más, pudimos enlazar los transportes milagrosamente para llegar en el mismo día, lo cual no es ninguna tontería. En esta ocasión, la frontera fue ligeramente más complicada, pero nuestro "papel de salida hacia Colombia" y un poco de conversación fueron suficientes para colarnos en otro país. 

La llegada a Bocas cubrió las expectativas. Navegar entre islas e islotes frondosos recubiertos de vegetación, dejando a un lado y a otro marañas de jungla y playas bañadas por grandes olas, es una sensación inigualable.

Pasamos dos días en la isla principal, isla de Colón, un mundo de surfistas hecho a su imagen y semejanza. Un pueblo con aire caribeño y multitud de locales turísticos. Aún así, en cuanto te adentras algo más, puedes descubrir un ambiente más autóctono en el cual el guari-guari (mezcla de inglés y español) es la lengua local. Más en el interior, la vegetación vuelve a cubrirlo todo, y una sola "carretera" atraviesa la isla hasta la playa Bocas del Drago, que de playa tiene poco ya que, al menos en esta época del año, las olas acarician las palmas y palmeras, sin dejar siquiera un espacio para caminar. Conseguimos llegar a la famosa playa Estrella. Debe ser por las lluvias que estaba habiendo, pero el agua estaba bastante achocolatada, por lo que no se veía ninguna estrella. Por lo demás, el hecho de que los manglares y la vegetación se unieran con el mar, le daba un aire salvaje y diferente que nos gustó mucho. Tras esta visita, las nubes se cernieron sobre nosotros y no dejó de diluviar el resto del tiempo. 





Al tercer día, cambiamos de isla y nos fuimos a Bastimentos. Aquí está la famosa playa de la Rana roja (Red frog beach) donde ya habíamos leído que la rana es prácticamente imposible de ver. Nuestra idea era acercarnos de todas maneras. Hay dos accesos, desde el pueblo de Bastimentos, uno, caminando, inviable estos días ya que debido a las fuertes lluvias el camino estaba enlodado e inundado, y el otro por lancha, también inviable debido al intenso oleaje!!!! Con todo esto, encontramos un hostel  "El Jaguar" que nos gustó mucho. Un lugar acogedor y limpio, cuyo dueño fue más que amable. Le comentamos nuestro interés por ver a la ranita roja (Srawberry poison red dart frog o rana flecha roja) y, pese a lo inclemente del tiempo, "su" capitán, nos llevó a una finca donde ellos sabían que había ranitas y... conseguimos verlas!!!!! Ese día de lluvia continuada nos llevó a descansar unas horas, contemplar los colibrís que iban y venían, y a conocer a los huéspedes del hostel, que resultaron ser un grupo entrañable y variopinto con el que pasamos esas largas horas compartiendo bebida, conversando, riendo e incluso celebrando un cumpleaños, y de donde sacamos algún "amigo oficial" y que nos hicieron recordar aquel día como uno de los mejores del viaje.




De ahí, aunque no estaba en nuestros planes, decidimos pasar por Ciudad de Panamá. Además de que era paso obligatorio para movernos hacia San Blas, se encontraban allí unos amigos que hacía tiempo que no veíamos y que nos acogieron en su casa. Llegamos tardísimo, ya que la combinación de lanchas y buses esta vez no nos fue tan favorable, y tuvieron que buscarnos a la estación ¡a las doce de la noche! Al día siguiente nos llevaron a ver el "mercado de la fruta", lugar donde parece ser que va casi todo el mundo por ser el lugar de mejor relación calidad precio de la fruta y verdura, y pese al aspecto a la entrada, con una montañita de basura como recibimiento, pudimos ver después que era un mercado no sólo enorme, sino bastante ordenado y limpio, en comparación con otros en los que hemos estado. Además, también probamos el jugo de caña de azúcar, recién exprimido, muy refrescante, y muy dulce. 



Después, fuimos a comer un exquisito ceviche al puerto, donde nos pusimos morados, y más tarde a conocer el casco antiguo, que está muy bien conservado-restaurado y nos gustó bastante. Acabamos el día tomando unas copas.





Al día siguiente, tras un buen madrugón, nos preparamos para ir a San Blas, archipiélago propiedad de los indígenas Kuna Yala donde para acceder, has de pasar una pequeña "frontera" (sin pasaporte no entras) y por supuesto pagar un impuesto. Ellos tienen autonomía dentro de Panamá, sobre todo en cuanto a la regulación del turismo. No permiten la entrada de inversores extranjeros, y las islas no pueden venderse a los no-kunas. Este conjunto paisajístico es un pequeño paraíso de aguas transparentes, turquesas y esmeraldas que acarician islotes de arena blanca coronados de cocoteros. Las construcciones son en su gran mayoría cabañas y uno de los principales empeños de los kunas es conservar este idílico lugar sin alteraciones durante muchos más años. 




Después de estos intensos días, tomamos finalmente un ferry desde la ciudad de Colón que nos transportó, en 18 horas, hasta Cartagena de Indias. 

lunes, 12 de enero de 2015

Rodeados de selva (Costa Rica -Tortuguero-)

Tras pasar la nochevieja y un día de entero relax, volvimos a coger nuestras mochilas, armarnos de paciencia y nos dirigimos a la reserva natural de Tortuguero, que nos había sido recomendada por varias personas. Tras las habituales ya casi doce horas de viaje entre buses y lanchas llegamos a este recóndito pueblito del caribe costarricense.
El pueblo está situado entre el océano atlántico y un canal natural que sirve de entrada al parque, no es muy grande y parece bastante auténtico.
Tras pasar la noche, dedicamos el día entero al parque natural. Bien tempranito nos subimos en una canoa y recorrimos varios canales en busca de la fauna del lugar. Gracias al ebuen ojo del guía pudimos ver gran cantidad de aves y reptiles, con la correspondiente información  de su hábitat y forma de vida. Nos gustó bastante la verdad.





Posteriormente ya sin guía nos adentramos por los senderos del parque, al principio nos pareció bastante chulo, pero pasado un rato vimos que todo era casi igual y para colmo no vimos casi ningún animal, como era de esperar. Al final, tras casi dos horas caminando entre lodo y agua, (menos mal que alquilamos las botas!) nos dimos la vuelta y emprendimos el lluvioso camino de vuelta.

Para acabar el día contratamos un nuevo tour para caminar por la selva de noche, tras la buena experiencia de Monteverde. En esta ocasión no fue tan buena la verdad, durante casi dos horas de recorrido no vimos nada interesante y para colmo el guía nos enseñaba animalitos de mi... como arañitas, hormigas y murciélagos. Por fin, cuando ya habíamos perdido toda esperanza empezamos a ver algo más interesante y el motivo por el que queríamos hacer la caminata, primero vimos una rana toro y un bonito basilisco y un dormido camaleón y ya justo al final el guía encontró varias ranas de ojos rojos, que son el símbolo de Costa Rica y que estábamos deseando encontrar. 



Tras dejar Tortuguero volvimos a cruzar el país rumbo sureste para llegar a lo que sería nuestro último destino, el parque nacional de Corcovado. Nos alojamos en el pueblecito de Puerto Jiménez, que se encuentra en una bahía de Osa. La verdad es que este sitio nos gustó bastante, no tenía casi turismo, sigue siendo un pueblo sencillo, de calles sin asfaltar y con la jungla amenazándolo muy próxima, genuino en su conjunto.



Nuestra decepción vino al día siguiente cuando empezamos a indagar sobre cómo ver el parque en sí. Primero ya nos advirtieron que el poco alojamiento que había en la estación del interior del parque estaba lleno hasta dos semanas después. Y segundo tras hablar con varios (bastantes) guías (ya que por ley sólo puedes entrar con guía), para hacer al menos un recorrido por dentro, el precio que nos daban superaba con creces el precio que considerábamos justo, no podíamos permitirnos gastar 150€ por unas horas de caminata. Parece que por esta parte del mundo todos se han vuelto majaras con los precios.
Para no perder el día, fuimos a una playa que nos recomendaron a unos 5km, por supuesto a pie. Tras algo más de una hora llegamos y vimos que no era para tanto y además nos acribillaron unos mosquitos pequeños. Por lo que tras ser recogidos por unos costarricenses bien majetes nos fuimos a cenar nuestro último casado (comida típica y barata) para despedirnos del país.

La verdad es que paisajísticamente Costa Rica nos ha gustado, pero aquí los precios no son para viajeros con presupuestos ajustados y la calidad que ofrecen es en general bastante baja.