Nuestro peregrinaje por tierras sudamericanas nos hizo volver a cruzar los Andes otra vez para alcanzar nuestro siguiente objetivo, San Pedro de Atacama. El trayecto desde Jujuy fue realmente una gozada para los ojos, la carretera daba cada vez más miedo y no parábamos de subir en altitud. En medio de ninguna parte apareció la frontera entre Argentina a solamente 4200 metros de altitud y, aunque no fuimos de los más afectados (hubo gente que llego a desmayarse) la altura se hacía notar en nuestro cuerpo. Unas horas después llegamos al pueblo de San Pedro, que aunque había sido un asentamiento tradicional de los atacameños, ahora ya es un punto fijo para los turistas que quieren descubrir el desierto más árido del planeta y que nos resultó bastante acogedor y con unas vistas a varios volcanes increíbles.
En un principio teníamos la idea de estar más tiempo, tanto en el desierto como en el Salar de Uyuni, pero lo que está claro es que nuestro viaje se ha hecho y se hace a impulsos, por lo que aunque pensábamos que teníamos mucho tiempo aún antes de volver a España para gastar por los lugares antes mencionados además de Perú y Ecuador, se nos ocurrió un gran plan que nos emociona muchísimo por lo que como casi siempre hemos tenido que volver hacer todo corriendo.
Para conocer el desierto de Atacama no te queda otra que contratar tours que te lleven, por lo que nosotros dedicamos el día siguiente entero para hacer dos, uno muy de mañana y otro por la tarde, la experiencia nos gustó muchísimo aunque cierto es que acabamos reventados.
Lo primero que hicimos fue levantarnos muy prontito, tal que las 4:30 para ver amanecer, y saltar la valla del hostal ya que nos habían dejado la puerta cerrada y nadie contestaba para abrirnos. Sin más percances, nos dirigimos al campo de Taito para observar una gran cantidad de géiseres que a medida que el sol despuntaba sobre las montañas estos adquirían mayor fuerza y el agua llegaba a subir varios metros. Paseamos por todo el campo mientras la noche daba paso al día y pese a pasar un frío atroz (llegamos a -14ºC) nos encantó el lugar.
Después de un frugal desayuno, visitamos el pueblo atacameño de Machuca, que realmente son cuatro casas un poco reformadas. Principalmente nos llamaron la atención dos cosas, la Iglesia puede llegar hasta los lugares más desangelados del mundo y el ser humano es capaz de instalarse en las peores condiciones posibles.
Ya por la tarde realizamos el segundo tour del día. La primera zona que visitamos fue el valle de la Luna, un lugar árido, que ha sido moldeado a lo largo del tiempo por el agua y el viento, dando lugar a un paisaje singular, por un lado una gigantesca duna que rodea el valle y por el otro escabrosas montañas enmarcan un gran "cráter" de sal. Realmente su nombre le viene al pelo.
El autobús nos llevó directos al segundo punto, el valle de la muerte. Según la mitología su nombre puede proceder de dos fuentes; la primera viene de los indígenas atacameños que le pusieron ese nombre por una matanza que supuestamente hicieron los españoles y la segunda, los franceses lo llamaron el valle de Marte por su orografía y su fónetica en francés es similar a muerte.
Este valle discurre entre formaciones rocosas que dan lugar a varios cañones y a espectaculares cuevas donde se pueden apreciar los diferentes estratos de sal en la roca.
Por último subimos al mirador de Cali, para nosotros el lugar más bonito y que nos dejó una puesta de sol de película.
Desde el desierto de arena nos desplazamos hasta el mayor desierto de sal, y en un recorrido de otras diez horas llegamos a Uyuni. Esta travesía, desde la frontera de Chile, nos ofreció algunos hermosos paisajes (y un tanto espectrales) como las lagunas termales de Polkes o el Valle de las Rocas, aunque fue un poco larga y pesada y fuimos siete personas en un todo terreno embutidas como sardinitas en lata.
Tras sopesar mucho las posibilidades decidimos realizar el tour de un día, ya que pudimos visitar lo mismo que en el de dos, y aunque pesarosos por no llegar a ver la Laguna Colorada, estábamos agotados, y no podíamos pensar en volver a realizar el recorrido de vuelta desde la Laguna (el mismo que ya habíamos realizado desde la frontera con Chile apretujados en el coche).
Desde Uyuni recorrimos el Salar, no sin antes visitar el cementerio de trenes a las afueras de la ciudad, un poco fantasmagórico en mitad del desierto.
El Salar impacta por su agrietada blancura hasta el infinito y el brillo de los miles de millones de cristales de sal bajo un sol abrasador.
En el recorrido visitamos el volcán Oruro, y aunque no llegamos a subirlo, el cráter es espectacular. Allí pudimos ver unas momias de 800 años de antigüedad, que parecen ser de una familia nómada.
De allí, llegamos a la Isla del Pescado o Incahuasi, sola en mitad del desierto, que ofrece unas vistas increíbles de la inabarcable llanura blanca y sorprende por sus cientos de cactus gigantes y los fósiles marinos, recuerdo de tiempos muy lejanos.
Después de recorrer la isla durante más de una y sacar multitud de fotos, emprendimos camino de regreso a Uyuni donde nos esperaba otro autobús que nos llevaría a la capital de Bolivia.
Esperamos ser algo más rápidos con la siguiente entrada, es que las conexiones de wi-fi no nos lo están poniendo muy fácil ;)
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