Ciertamente el otoño se ha establecido en Centro Europa. Desde hace días nos acompañan tintes anaranjados, cielos pálidos y lluvia perenne, así que hemos decidido bajar hasta Croacia a buscar algún rayo de sol.
En el camino, hemos hecho un alto en dos pueblecitos húngaros, Sopron y Koszeg, casi en la frontera con Austria. El primero, es uno de los pocos pueblos húngaros que conserva un centro histórico medieval (además de importantes restos romanos) y aunque nos gustó bastante, llovió tantísimo que no pudimos recorrerlo tanto como quisimos. Koszeg es también una antigua fortaleza, aunque está menos conservado que Sopron. Nuestra primera impresión no fue buena ya que fuera del casco antiguo es bastante feo, pero una vez que nos adentramos en las callejuelas más céntricas nos gustó bastante.
La llegada a los lagos de Plitvice fue bastante deprimente. Por cierto, durante las tres horas que "pisamos" Eslovaquia, nos pusieron la primera multa por no llevar la pegatina del peaje, de la cual no teníamos ni idea (aunque no está mal tras 3 meses de conducción), los polis mu majetes nos pusieron la más baja, ya que nuestra historia daba pena. Continuando, al llegar a los lagos llovía a cántaros y cuando por fin llegamos al camping, nos pareció carísimo. Por suerte, la misma recepcionista del camping nos recomendó una casa en la que nos alquilaron un apartamentito completo por sólo dos euros más que el camping, y allí que nos fuimos y tan contentos viendo diluviar desde nuestra casita. Como la mañana siguiente amaneció como el día anterior, cambiamos el rumbo y nos fuimos a conocer "la perla del Adriático", Dubrovnick.
Todo el mundo sabía que hacía sol en Dubrovnick y por eso estaba llenísimo de gente. Aún así, llegar y sentir el sol y contemplar ese mar tan azul, nos llenó de alegría. La carretera, llegando, es preciosa. Acabalgadas entre el cielo y del mar, mil islas verdes.
La ciudad tiene dos partes bien diferenciadas, la ciudad vieja, amurallada, que es la perla en sí, y el resto, una amalgama de edificios y hoteles al más puro estilo "costa española". Obviando la segunda parte, la ciudad amurallada merece su fama. La fortaleza está íntegra y pasear por sus murallas, contemplando los tejados de la ciudad con las luces de la tarde, te traslada a otros tiempos. Las calles y callejones del interior tienen mucho encanto (aunque tendrían más si no estuvieran repletas de restaurantes y tiendas de recuerdos). Disfrutamos mucho recorriéndolas y descubriendo los rincones que atesora esta ciudad.
Debido a motivos varios, la isla de Korcula y Split se quedaron en el tintero, y volvimos hasta Plitvice, donde parecía que el temporal había amainado y nos esperaba el mismo apartamento al que teníamos muchas ganas.
En esta segunda ocasión sí que pudimos disfrutar del parque natural. Pese a que una parte de él estaba cerrado por inundaciones, recorrimos gran parte recreándonos en las cascadas y lagunas turquesas escondidas entre bosques otoñales, oscuros y rojizos, en contraste con cielos amenazantes de nubes cambiantes y un sol que se abría paso arrancando destellos en el agua del río y de las hojas mojadas.
Visitamos otro par de pueblos que nos causaron buena impresión: Cavtat, al sur de Dubrovnick, con sus árboles a pie de agua y un paseo marítimo encantador, y Rastoke, un pueblo entre lagunas y cascadas.
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