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miércoles, 10 de diciembre de 2014

La puerta de Centroamérica

Cruzamos la frontera atravesando de orilla a orilla el río Usumacinta en una pequeña lancha. Allí nos esperaba una vieja furgoneta desvencijada en la que viajaríamos una hora hasta el puesto fronterizo y varias más hasta la isla de Flores por un camino de tierra, baches y piedras, un total de siete horas para recorrer 148 km. Fue nuestra primera toma de contacto con el transporte en Guatemala.






Flores no tiene especial atractivo salvo estar situada en medio del lago Petén Itza lo que le confiere una belleza singular. Seguimos intentando probar la gastronomía local, y aquí comimos en unos puestecillos unas magníficas tortas duras que nos supieron a gloria.
Al día siguiente visitamos bien temprano las ruinas de Tikal, un inmenso centro urbano de la antigua civilización maya, que pudo tener cerca de 300.000 habitantes. Lo que más impresiona es que están camufladas entre la jungla, y según paseas, aparecen de la nada imponentes templos que se alzan por encima de los árboles más elevados de la selva. Las vistas desde el famoso templo IV (Serpiente bífida) son espectaculares: 75km de verde se pierden en el horizonte y los templos más altos se asoman entre la imponente naturaleza.








Para bajar hasta Lanquín, llegamos a conseguir lo que nos pareció un muy buen precio, 50 quetzales (5€). El llamado minibus resultó ser una furgoneta muy incómoda en la que hicimos otras ocho horas de viaje, incluyendo el cruce de un río en "ferry". 


Una vez allí, íbamos todos juntos, nosotros y las mochilas en la parte trasera de una camioneta, eso sí, disfrutando de un paisaje increíble. Nos alojamos en El Portal, unas cabañas en la ribera del río Cahabón que merecieron mucho la pena.
Desde allí, y a sólo 5 minutos caminando, se puede acceder a la reserva de Semuc Champey. Son unas pozas formadas por el desplazamiento de una gran plataforma rocosa, apoyada por encima del río. Éste fluye por debajo con furia a lo largo de 300 m, y las pozas, que se nutren de riachuelos que bajan de las montañas, son azul turquesa. Allí pudimos pegarnos un buen chapuzón, de poza en poza. Hay un mirador al que se llega dando un paseíllo, desde el que se puede admirar este espectáculo de la naturaleza rodedeado de tupida selva allí donde mires.










Al lado de Semuc se encuentran las cuevas de K'an-Ba, aunque un poco más explotadas de lo que recordaba Raquel, nos dicidimos a recorrerlas ya que el grupo se componía de una pareja de italianos (muy majos) y nosotros. Oscuras, inundadas y portando en la mano sólo una vela suponen una aventurilla bastante divertida para todo el que se atreva a entrar. El recorrido de casi dos horas nos llevó a través de estrechos túneles, siguiendo el curso de un río subterráneo, que por momentos tuvimos que nadar e incluso escalar algún salto de agua para llegar a varias grandes cuevas donde el agua había formado caprichosas formas en la roca. Salimos muy contentos y las recomendamos.

Después quisimos ir hasta Río Dulce. Como habíamos conseguido tan buen precio desde Flores, decidimos que los 160 que nos pedían por el trayecto eran un abuso, y apostamos por el transporte público, grave error. De las supuestas 5'30h iniciales, tardamos 13. Un total de 5 transbordos a los que llegamos con mucha suerte y por los pelos, en furgonetas en las que de dos asientos sacan cinco o seis (los niños no cuentan, van encima sean los que sean), compartiendo lugar con plantas y pavos como pasajeros adicionales y pasando de mano en mano un bebé para que pudiera llegar hasta su madre, comida, dinero... solidaridad ante todo cuando nadie puede moverse ni un pelo.

En Rio Dulce nos alojamos en un hostel llamado Casa Perico. Su situación es envidiable ya que se encuentra en la orilla del lago Izabal, metido entre los manglares y como está alejado de todo, pudimos saborear su rica comida. Un gran lugar para descansar. La pena fue el tiempo, que no paró de llover y nos impidió ir en las canoas del hostel por el lago.
Para llegar a Livingston cogimos una lancha que nos hizo un recorrido increíble a través del río Dulce  hasta su desembocadura. Fue una gozada navegar entre paredes cubiertas de frondosa vegetación, algo difícil de explicar.


Livingston fue una pequeña decepción. Nuestro mayor interés era poder ver a los garífunas (antiguos esclavos africanos traídos a centroamérica) y sus afamados bailes, pero para nuestra sorpresa el día que estuvimos los locales estaban cerrados y no los vimos. Al menos pudimos probar el "tapado", típico plato del lugar que consiste en sopa de leche de coco con marisco, pescado y plátano.


Como seguía lloviendo, las playas fueron olvidadas y decidimos cambiar de destino.

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