Tras la escapada de Livingston, llegamos a Antigua. Esta ciudad colonial fue la antigua capital de Guatemala, desde mediados del 1500 hasta que fue devastada por un terremoto en 1773. De aquel entonces quedan como testigos muchos de los edificios de la época sin reconstruir. El resto de la ciudad fue levantada desde sus cimientos. Es un lugar colorido, abarrotado de turistas, parece casi "maquillado" para éstos.
Aprovechamos para subir al volcán Pacaya, un volcán activo que para nuestra tristeza en estos momentos no mostraba lava aunque las vistas desde su cráter fueron espectaculares. Además había muchas fumarolas, e impresiona cómo la lava se había ido abriendo camino cubriendo la vegetación de la montaña.
Desde allí viajamos a Panajachel, el pueblo más accesible desde Antigua situado en la orilla del lago Atitlán. Como no nos convencían los precios del transporte privado, nos lanzamos y nos volvimos a atrever en el transporte público, el chicken bus. Esta vez no fue tan traumático y reducimos el gasto de 32€ a 7 yendo en esas "líneas de Dios".
Ya descendiendo desde Sololá para llegar a Panajachel pudimos apreciar que éste era un de los lugares más bonitos que hemos visitado. El lago es un antiguo cráter de 80.000 años de antigüedad rodeado de varios cerros y de tres imponentes volcanes, componiendo un paisaje espléndido. Ni Panajachel ni ningún otro pueblo de los que visitamos alrededor de Atitlán hacen justicia al lugar en el que se encuentran. Son realmente feos (la mayoría de las construcciones son de cemento, aglomeradas) y con un ambiente poco auténtico, muy centrado en las escuelas de español para extranjeros y las instalaciones necesarias para que estén cómodos. No hemos visto nada del supuesto rollo bohemio, hippie o de meditación, salvo algunas personas y centros dispersos.
Ya descendiendo desde Sololá para llegar a Panajachel pudimos apreciar que éste era un de los lugares más bonitos que hemos visitado. El lago es un antiguo cráter de 80.000 años de antigüedad rodeado de varios cerros y de tres imponentes volcanes, componiendo un paisaje espléndido. Ni Panajachel ni ningún otro pueblo de los que visitamos alrededor de Atitlán hacen justicia al lugar en el que se encuentran. Son realmente feos (la mayoría de las construcciones son de cemento, aglomeradas) y con un ambiente poco auténtico, muy centrado en las escuelas de español para extranjeros y las instalaciones necesarias para que estén cómodos. No hemos visto nada del supuesto rollo bohemio, hippie o de meditación, salvo algunas personas y centros dispersos.
Coincidió nuestra estancia con uno de los días de mercado en Chichicastenango, el más famoso de Guatemala, y allá que nos fuimos con nuestro chicken bus. Pensábamos que estaría atestado de extranjeros y para nuestra sorpresa no fue así. Aunque hay un poco de todo, la mayoría está enfocado a la compra y venta entre los locales. Un mercado que no nos pareció tan grande pero en el que te podías perder entre callejuelas repletas de diversas mercancías. Por suerte alcanzamos a ver algún rito maya en una de sus iglesias.
Lo mejor de estos días fue el ascenso al cerro Rupalaj K'istalin o cerro de La nariz del indio.
Comenzamos a las tres de la mañana y realizamos una subida de 1.200 m envueltos en la oscuridad de la noche. El ascenso fue más rápido de lo previsto pero no por ello menos duro. Multitud de escalones excavados en la tierra nos ayudaron pese a que nos destrozaron las piernas. Cuando llegamos a la cumbre aún faltaba rato para el amanecer, y la vista del lago-cráter ya te dejaba sin aliento. Fue algo especial. Estuvimos unas dos horas saboreando las distintas tonalidades del amanecer y haciendo cientos de fotos, de las que os dejamos una muestra para que podáis imaginaros lo que sentimos.
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