Fue en San Cristóbal de las Casas (México) donde por primera vez escuchamos hablar del "eje cafetero" en Colombia, y tan bien nos hablaron que conocer esta región fue lo que nos animó definitivamenete a venir a este país.
Desde Bogotá se tardan ocho horas en bus en hacer 300 km (también se puede coger un avión) y las últimas cuatro discurrieron entre curvas imposibles y montañas y valles espectaculares. Así llegamos a Armenia, la ciudad principal de la región de Quintío (el nombre de el área del eje cafetero que nosotros visitamos), una ciudad bastante grande, destartalada y sucia, y nos trasladamos rápidamente a Salento, para nosotros EL LUGAR por excelencia de lo que hemos visto de Colombia.
Un pequeño pueblo que nos encandiló según lo pisamos. Un pueblito fresco, pulcro, colmado de color y alegría, en su aspecto y en su gente. Muy acogedor. Es un lugar que se sabe atractivo y aunque pugna por destacar como destino turístico (así nos lo hizo saber el delegado de turismo, que nos atendió maravillosamente) no abusa de ello (al menos todavía). Conserva el estilo de construcción y colorido coloniales, muy pintorescos, con comercios artesanales y cafés para deleitarse, sin parecer una feria.
Un pequeño pueblo que nos encandiló según lo pisamos. Un pueblito fresco, pulcro, colmado de color y alegría, en su aspecto y en su gente. Muy acogedor. Es un lugar que se sabe atractivo y aunque pugna por destacar como destino turístico (así nos lo hizo saber el delegado de turismo, que nos atendió maravillosamente) no abusa de ello (al menos todavía). Conserva el estilo de construcción y colorido coloniales, muy pintorescos, con comercios artesanales y cafés para deleitarse, sin parecer una feria.
Todos los días, los dos barecitos de la plaza albergan gente que comparte, ríe y baila, y el ambiente es distendido y amable.
Y desde este enclave se puede acceder caminando o con una pequeña travesía en jeep, a varias atracciones cercanas, más que recomendables, casi obligatorias. Además, el hostal donde nos alojamos fue el mejor del viaje hasta ahora (El Jardín).
Nos decidimos el primer día a visitar una hacienda cafetera. Aunque hay varias, habíamos leído referencias de la hacienda Don Elías y para allá que fuimos. Se puede contratar un jeep pero el paseo, de hora y media aproximadamente y que discurre entre montes y valles, merece la pena.
La haciendita, bien podría ser de las más pequeñas que se pueden visitar, 4 hectáreas, pero también podría ser la más genuina y desde luego la menos mecanizada: todo el proceso se realiza por su experimentado propietario y sus tres o cuatro ayudantes en temporada de recolección del grano. La visita, de precio económico y de mano del propio don Elías (enérgico, sonriente y de ojillos risueños, ligado al café desde que recuerda) ofrece un recorrido por el cafetal, con una explicación gustosa de los diferentes tipos de cafés, formas de cultivo, cuidados y procesamiento (secado, descascarillado y tueste) en este caso todo manual, además de la degustación de un café artesanal y exquisito.
A la vuelta, culminamos el día con una trucha al ajillo y champiñón (plato típico) en Casa Andrea, que nos supo a gloria.
El día siguiente lo dedicamos a recorrer uno de los lugares más impresionantes de estos meses, el valle de Cocora. Se accede en jeep (30 minutos) por el equivalente a un euro, y por el momento el parque natural es de entrada libre. El valle se oculta bajo una sempiterna niebla que se enreda en las abundantes palmeras de cera de 60m de altura, características de este lugar y cuyo vasto paisaje asombra desde el primer momento. Hicimos un recorrido de seis horas donde conocimos a Román y Erica, una pareja argentina con la que lo pasamos genial ese y los días siguientes. Durante la caminata pudimos observar diferentes escenarios. Comenzamos por el valle, de verdes pastos y altísimas palmeras. A medida que fuimos ascendiendo, el camino se volvió más abrupto y nos adentramos en un bosque frondoso y tropical envuelto en nubes donde la naturaleza se mostraba en su máximo esplendor.
El trayecto nos llevó hasta la casa de los colibrís, una reserva natural que preserva esta parte de los andes colombianos, y un poco más adelante comenzamos el descenso que de nuevo te sumerge paulatinamente en la fértil hondonada salpicada de palmeras sin fin y custodiada por imponentes paredes que abarcan toda la gama del verde. Un día para recordar, sin duda.
El último día amaneció lluvioso y la bruma era densa, así que descartamos caminar hasta una cascada cercana que nos habían recomendado o ir hasta Pereira o las termas de Santa Rosa, lugares que probablemente merezcan una visita, pero que tuvimos que dejar para otra ocasión ;). Nos dedicamos a conocer en mayor profundidad el pueblo, saborear sus encantos y disfrutar de un gran día en muy grata compañía.
Para finalizar nuestra breve etapa por Colombia regresamos a Bogotá, y antes de marcharnos nos tomamos otras cervecitas con Quino, deseándole toda la suerte del mundo en esta nueva etapa y, por supuesto, que visite Salento y el valle de Cocora.
Espectacular!
ResponderEliminarPrecioso, me ha encantado! !
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